Page 52 - Fabio Gasti (a cura di), Seneca e la letteratura greca e latina. Per i settant’anni di Giancarlo Mazzoli, Pavia, Pavia University Press, 2013
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40 Carmen Codoñer

Todos los tiempos permiten la existencia de grandes hombres:

epist. 102,22 nullum saeculum magnis ingeniis clusum est, nullum non
cogitationi pervium tempus.

Y la existencia del mal no es una creación del presente, sino del pasado:

nat. 5,15,2 intellexi enim saeculum nostrum non novis vitiis, sed iam inde
antiquitus traditis laborare, nec nostra aetate primum avaritiam venas terrarum,
lapidumque rimatam in tenebris male abstrus quaesisse.
El hombre del futuro estará más desarrollado intelectualmente. Los males de su época,
la situación en que se encuentran les viene de atrás, de quienes han contribuido,
negativa o positivamente, a forjar la Roma de Nerón. Séneca, los hombres de la época de
Séneca han recibido en herencia un sistema que no admite vuelta atrás. Como dice en De
clementia todo ha quedado en manos de un hombre – hecho del que son responsables los
hombres de la república – y de él únicamente depende la aplicación de las leyes.
Los ciudadanos para el gobernante absoluto son súbditos (clem. 1,1,7; 1,5,7;
24
1,16,2), que acatan las órdenes del monarca (clem. 1,13,14; 1,21,1; 1,16,2), cuya
relación con el monarca es comparable a la que existe entre el monarca y dios (clem.
1,5,7; 1,7,1 y 2). No existe una reciprocidad en la relación entre cives y rex, el poder
solo actúa en un sentido: de arriba hacia abajo. Lo único que establece la igualdad entre
rex y súbditos es que uno y otros son seres humanos. Por eso la única vía que se abre
ante la situación del siglo I d.C. hay que buscarla en la consciencia del gobernante que
le haga tener presente su condición de hombre que gobierna sobre otros hombres cuya
naturaleza es la misma que la suya.
El ciudadano desaparece como agente al ser considerado como una parte del
monarca: membra (clem. 1,5,1) y éste debe cuidar de sus ciudadanos simplemente
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porque redunda en su propio beneficio. El súbdito-ciudadano cobra importancia
política no en la medida en que su colaboración sea necesaria, sino en la medida en que
el rex debe cuidar de él, atender a que esté satisfecho porque, de no ser así, puede
transformarse en hostis.
La ley, su aplicación está en manos del monarca de turno, que por su propio interés
debe ser iustus. Por eso la equidad en los derechos se enuncia como un deseo: aequum
inter omnes cives ius sit (epist. 86,2). Es al princeps a quien Séneca atribuye la fijación
de los buenos mores públicos:
clem. 1,22,3 constituit bonos mores civitati princeps et vitia eluit,





24 No es comparable el uso de tui o sui aplicado a civis en Cicerón y Séneca. En el primero es inclusivo, es
decir, se refiere a los conciudadanos a quien se refiere el posesivo. En Séneca, dicho solamente del rex, lleva
implícito el matiz de propiedad que de por sí es inherente a ‘súbdito’.
25 Parcendum itaque est etiam improbandis civibus non aliter quam membris languentibus, et, si quando
misso sanguine opus est, sustinenda est manus, ne ultra, quam necesse sit, incidat.


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